lunes, 9 de septiembre de 2013

Han pasado sesenta años y todavía me cuesta creerlo -susurró-. Cuando era niño, todos mis amigos tenían vocaciones fantásticas y sorprendentes. Unos querían ser astronautas, otros futbolistas y otras simplemente princesas. Lejos de todo aquello yo siempre tuve clara mi vocación; salvar vidas. Es por ello que, durante mi juventud, me dediqué a la medicina. Investigué durante años la solución a una enfermedad aparentemente nociva, y sí, tras años y años de duro trabajo di con la respuesta. En poco tiempo fui portada de numerosos periódicos y revistas, mi nombre estaba en boca de todos... alcancé el éxito. Unos meses después, -prosiguió- toda la gente a la que había tratado acabó enfermando nuevamente.

Pero, ¿no les habías curado? -Preguntó Edwin extrañado. 

Sí -dijo el abuelo cabizbajo- pero aquella medicina aparentemente prodigiosa resultó tener a largo plazo efectos mucho más nocivos que los anteriores. Peste Escarlata -susurró- así la denominaron.  

Peste Escarlata 1/2